La caja musical de la abuela

Hicimos teatro
cuando no sentíamos dolor,
cuando no existía el miedo
ni había dudas,
ignorábamos las sombras,
callábamos las voces
y nos jugábamos nuestra última actuación.

No buscábamos nada
ni si quiera un reencuentro,
mucho menos el eco
del mar muerto ó
el oleaje del viento en el otoño.

Sonaban las cacerolas
mientras la desquicición de
nuestros juegos inocentes
se dejaban volcar
en los narcisos muertos 
del jardín maldito.


Y guardábamos 
nuestras 
risas y sollozos
en la caja musical de la abuela
            -a los que hoy, les he dado cuerda-
los he matado
como en aquellos tiempos enterramos
nuestro tesoro
            en el desprolijo patio
                                    de la casa familiar.

Nos alejamos
y hoy
tan sólo te vuelvo a ver.

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