Entradas

Mostrando entradas de enero, 2011

La ciudad que cambia

Conocer Quito toma toda una vida y tú ya estás muy viejo para eso; a veces no basta con haber nacido aquí o haber residido muchos años. Esta es una ciudad mágica y no precisamente porque hayan magos o brujas, sino, porque con cada segundo se transforma en una ciudad diferente. Querido en tus condiciones no podrías ni siquiera ir de norte a sur, aunque lo lograras se te escaparían el este y el oeste. Porque mejor no descansas en el balcón y me cuentas lo que ves, así conocemos Quito juntos.    

Todas las mañanas son las mismas

Todas mis mañanas son iguales desde que vivo en la capital y no es que mi vida no fuera una rutina allá en el manso, sino que acá las mañanas son siempre las mismas aunque tengan algo en particular, siguen siendo similares, sobre todo las mías. Aún no sé que es. Conservan, ese cálido frío de las mañanas –ningún frío ya sea el de las tardes o el de las noches se le asemeja-, a veces si ha llovido se levanta el olor a tierra mojada que se mezcla con el aroma del café pasado y termina fundiéndose con el perfume del incienso. Y ahí está intacto el hueco de mis sábanas anhelándote, aunque a veces el amante de turno usurpa tu lugar, un lugar que es sólo tuyo. Todas las mañanas son las mismas desde tu ascenso, todo sigue tal como lo dejaste, incluyendo mi espíritu marchito.          

La caja musical de la abuela

Imagen
Hicimos teatro cuando no sentíamos dolor, cuando no existía el miedo ni había dudas, ignorábamos las sombras, callábamos las voces y nos jugábamos nuestra última actuación. No buscábamos nada ni si quiera un reencuentro, mucho menos el eco del mar muerto ó el oleaje del viento en el oto ño. Sonaban las cacerolas mientras la desquicición de nuestros juegos inocentes se dejaban volcar en los narcisos muertos  del jardín maldito. Y guardábamos  nuestras  risas y sollozos en la caja musical de la abuela             -a los que hoy, les he dado cuerda - los he matado como en aquellos tiempos enterramos nuestro tesoro             en el desprolijo patio                                     de la casa familiar. Nos alejamos y hoy tan sólo te vuelvo a ver.